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miércoles, 22 de junio de 2011

La hora

Cada palabra es un grito al vacío de las noches de los silencios;
gritos desaforados en voces que se extienden por sobre tumbas arreando más muertos
que los que han fabricado las guerras.
Voces que cantaron estrofas al amor,
pero que apagadas se quedan en un mutismo negro,
sí es que el negro es nada de la nada.
Voces que nacieron en un llanto que derrumbo apatías
y que hoy solo siembran llantos.
Voces que no se entienden, pero que navegan en este aire doliente con olor a carnes
quemadas, tras las lluvias que incendian lo que alguna vez,
alguna voz sembró para convertir en trigo.
Voces que se apagan en un tormento de respirar sin ser, de beber sin paladear.
Voces que ahuecan en cuencas vacías miradas que no existen.
Vacíos inexorables del ser que hubo, que fue, que será,
pero la nada va postergando entierros de hombres, mujeres, niños,
que regalaron risas en primaveras de flores que no subsistieron.
La hiel que derramaron los cielos cuando estallo la guerra.
La ultima o la primera que no dejaría nada para contar,
que no fueran restos calcinando bajo un sol rojo.
La sangre secando y bañando edificios que desaparecen
bajo el furor de sus rayos, un nido, quizás el último vestigio
de una civilización que se olvido de amar,
de reír, de sentir, pero que al final tampoco supo morir.

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