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jueves, 6 de octubre de 2011

Angel de la libertad

Solo a veces la musa detenía sus pasos para dejar de danzar
pocas veces en el silencio de una lágrima no te nombré,
muchas veces sin que lo vieras me recogí en tus alas,
besé tus manos, y te amé, con ese amor de toda entrega,
con ese amor que no pide más allá que no sea tu mirar
con ese amor que opaca cualquier sentimientos hostil,
amor que tan solo conocen aquellos que no saben odiar.
Cuantas veces en tus versos me refugié buscando la cura
buscando la brisa que sosegará la sed, marchita
pero si acaso me sentiste, pero si acaso sentiste mis labios
besando tu sombra, buscando tu alero, penando el camino.
Será que los ángeles no pertenecen a los mortales
y te pierdo en cada día, que llora la quietud, el hambre,
el genocidio de mis días, de mis fronteras sin ojos,
de mis aturdimientos, de los versos prendidos a un lienzo,
en las voces de mis ancestros que danzan en rededor del fuego.
El aire, el agua, el sonido de tus alas que aquieta las tormentas,
que golpean cual granizos esta mañana, el frío, la muerte,
la búsqueda que hemos perdido, me detengo solo para sentir
quizás tu canto, tu respiración en el viento, el suspiro para el sueño,
para volver a la musa que se ha quedado en sus duelos,
Ángel de mis soledades en que rincón he de tenerte,
cuál será el lugar para escuchar tu canto, que entibie la aurora,
que mitigue las tinieblas de una sin razón de versos que naufragan
lágrimas de tintas, que solo aquel que ha conocido el verso triste comprende
…el canto de la pluma que se pierde en los rincones
agreste de un tumulto de voces sin pendientes…sin pendientes.


Cosas de la vida

El día comenzaba muy temprano para Marta, se levantaba de madrugada preparaba la comida para sus hijos, les besaba la frente y se marchaba a las cinco en punto de la mañana, ya estaba acostumbrada a la oscuridad del invierno, el frío le hacía cubrir su cara, solo sus ojos se veían entre la bufanda negra y el sombrero de género negro con pequeñas machitas verde oliva, se veía elegante y ese sombrero era la mejor herencia que su madre le había heredado a su muerte.
Tomo como todos los días el bus camino a Cayepual, el chofer la miro y la saludo “Buen día maestra”, buen día dijo ella sonriendo, “¿cómo van las musas?”, pregunto sonriendo él, trabajando dijo ella, trabajando. Jaime el joven chofer le regalo una sonrisa y ella se sentó. Pensó nunca he escrito sobre este trayecto, la gente con la que a diario comparto este viaje, sin querer nos hemos ido conociendo…es que 7 años tomando el mismo recorrido, da tiempo para conocerse. En el primer asiento siempre dormitaba Manuel ese hombre de mirada esquiva, sus manos estaba llenas de grietas, la piel de su cara reseca, por sus ropas y el paradero en el que bajaba, ella estaba segura que era pescador, la sal resecaba la piel y el nylon de pescar dañaba las manos, ella conocía esas heridas tantas veces las vio en las manos de su padre hombre acostumbrado a la mar, a su lado igual de silenciosa una mujer que debía ser la esposa, se notaba que era una mujer trabajadora, se bajaba siempre en el mismo lugar con él…pensaba puede ser encarnadora(mujer que prepara la carnada en los espineles). Así podía enumerar a los pasajeros uno por uno, Roberto era ese joven pecoso y colorín que hablaba con tono campesino, siempre le cedía el asiento, sus ojos verde a mas de alguna muchacha debieran hacer soñar, era bueno para hablar y poseía esa magia de la juventud que aun no se corrompe, sabía que era el aseador de la pesquera Lozada, soñaba con casarse con Irene la hija del alcalde de su ciudad, Alicia era cocinera de un colegio, viuda y tenía una hija enferma por la cual se desvivía, notaba en ella una mujer trabajadora y sufrida, Héctor era un hombre de campo trabajaba en una parcela donde se había dado cuenta por sus conversaciones que abusaban de su buena voluntad y disposición, hombre muy trabajador padre de tres hijos, casado con Margarita mujer acostumbrada al campo a la vida sacrificada, Pedro y Jacob eran dos hermanos que iban a la constructora Pérez Halls, constructora dirigida por un Inglés, uno era maestro pintor y yesero, el otro era maestro carpintero, eran hombre mayores pero con el temple del hombre acostumbrado al trabajo duro. En el séptimo asiento siempre la misma figura aquel hombre canoso de figura triste, siempre cabizbajo, de mirada profunda si te tocabas con ella, ¿quién era?, alguna vez quizás adquiriera coraje para preguntarle, pero algo en el hacía que no se le acercara nadie, jamás lo había visto reír, jamás un gesto que denotará algo, solo su mirada profunda que mas de alguna vez le hiso bajar la suya al toparse. Se dio cuenta que casi todos ocupaban el mismo asiento siempre, quizás era una manía de cada uno, ella misma le gustaba sentarse en el asiento tercero por el lado contrario al chofer, al lado de la ventana, así podía observar como los primeros tintes de la mañana iban dándole colorido a los cerros y a las casas, Isabel era una muchacha que viajaba hace cuatro años y solo los miércoles tomaba el bus, viajaba a ver a su familia en su día libre, día que descansaba de cuidar los hijos de una doctora de la Clínica Yarsen. La frenada del conductor la saco de sus pensamientos y se puso en pie, bajo y alzo la mano para despedirse, “¡hasta mañana maestra, que las musas la iluminen hoy!”grito Jaime. Ahora fue ella quién devolvió una sonrisa y levantando la mano se despidió de ellos, “¡mañana tráigame una poesía de amor!” le grito Daniel desde el segundo asiento…para llevársela a Anita…al hospital, va a nacer el bebe, ¡qué bien! le respondió y se sintió dichosa, escribiría para Anita la poesía más linda que pudiese crear, así Daniel estaría feliz, Daniel era profesor de Educación física del Liceo 28 de Cayepual y Anita era profesora de música, ella sin querer los había unido, pero algún día escribiría sobre esas historias, seguro saldría una buena novela, de su viaje diario en el recorrido Cayepual Las Torres. Aún le quedaba camino que avanzar para llegar a la escuelita Nº5, una Escuela rural en la cual ella se sentía como en casa, tenía veintidós alumnos y ella los amaba, se sentía como una madre más de aquellos chicos que a diario le hacían sentir importante en su labor, tenía los mismos chicos desde primero básico, siete años ya pronto dejarían la escuela y volvería a empezar como tantas veces lo hiciera en otros colegios. El pisar de aquella sombra a lo lejos la hizo alzar la mirada, Aún el día no alumbraba, un hombre emponchado caminaba en dirección contraria a ella.
El Chocho estaba enfurecido, la noche había sido más que mala, no tenía un céntimo, era la primera noche en mucho tiempo que se amanecía buscando una buena presa y el frío lo tenía mal, necesitaba un buen pito de mariguana con pasta base, eso le haría bien pero no tenía un miserable peso, y lo que más le enrabiaba era saber que no tendría monedas para entrar al Ciber y leer los escritos nuevos de La saeta, su querida y amada poeta, el amaba su arte, como se reirían sus amigos si supieran que el Chocho estaba enamorado de un Hada, así le decía cuando le escribía y ella hermosa y tierna se tomaba el tiempo para responder, él le escribía bajo el nombre de Andrés una vez le había enviado una foto, para que lo conociera…esa mujer siempre le aconsejaba con ternura, la amaba guardaba en su chaleco una foto de su poeta, dos pesos había pagado al muchacho que se la bajo de Internet, como amaba a esa mujer…de noche cuando se fumaba su cuete como llamaba a su vicio, se quedaba imaginando que la tenía en sus brazos y ella recitaba palabras de amor, la hablaba de la luna, de las estrellas. Era la hora en que volvía a sentirse joven y su corazón saltaba y se llenaba de ternura, aquel hombre de mirada fría solo sentía ternura cuando le escribía a su hada o cuando leía las respuestas a sus mensajes torpes que él sentía escribir, el resto del tiempo solo era un ser que nada lo conmovía y allí frente a él caminaba su presa. Con esta arreglo la noche se dijo para sí y mordisqueando el palo de fósforo que llevaba en la boca la dejo pasar por su lado, luego rápido como una gacela la tomo del cuello y dándole una estocada la arrojo al suelo, le quito la cartera y salió corriendo, no tenía mucho pero le alcanzaba, en la poca claridad de la fría mañana no distinguió el rostro de la mujer, sabía que la había dejado mal herida, “¡que diantre!” dijo, si no se hubiera movido, la puñalada no se la habría pegado en un lugar tan delicado. Arrojó la cartera lejos y ocultándose en las pocas sombras que quedaban ya, se alejo presuroso de allí, Marta que había logrado reconocer a su atacante, sintiendo la muerte venir pronuncio algunas palabras, Juan que pasaba por el lugar, escucho su voz corrió hacia ella y al verla mal herida llamo la ambulancia.
La conmoción era inmensa a esa hora de la tarde, había gritos y desmayos, decían que un hombre se había volado los sesos frente al computador, cuando investigaciones llegó al Ciber New Plaza, observo aquel hombre, conocido por sus actos delictuales, se había disparado, frente a él, en la pantalla del computador un titular que decía muere Marta Haendell, “La Saeta”, la famosa escritora de nuestro pueblo de una puñalada que le perforo la aorta abdominal. Esta madrugada fue el crimen, camino Al pajonal, donde daba clases a diario en la escuela del pueblo, la comunidad esta consternada ante este crimen, testigos dicen que la encontraron con vida diciendo “te perdono Andrés, te perdono”.